
Si pudiéramos tomar un tiempo de reflexión y lográramos hacer recuento de las situaciones de vida que nos han exigido dar un paso significativo y trascendental de fe, sabríamos que tanto en situaciones difíciles como en aquellas aparentemente no tan complejas, tuvimos el valor de creer y no lo percibimos.
Hay momentos para todo en la vida, inclusive para decidir confiar o no, pero en un mundo sumergido en conflictos de toda índole, donde la crisis moral asciende y los valores descienden, la elección de seguir creyendo no es opcional, por sencilla que pueda considerarse la determinación de creer o no en quienes nos rodean, y siempre y cuando queramos apostar por dar cumplimiento a los intereses comunes que como colectividad tenemos.
Ser parte de sociedades que conviven en medio de un hambre espiritual voraz, sobrecargadas por el peso inmenso de un sentimiento llamado odio y débiles por coexistir entre la ignorancia y los estigmas que les han dejado marcadas a fuego, al desconocer su valor real y su verdadero sentido de vida, nos coloca en una posición casi obligatoria de continuar mirando a otros con esperanza.
He aquí el mayor acto de fe en estos tiempos.
Contradictoria y compleja. Así describe la situación psicosocial de la población venezolana la encuesta Psicodata Venezuela, realizada por la Escuela de Psicología de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) y presentada el pasado mes de marzo.
Psicodata Venezuela encontró que para 81% de la población, es decir, para 8 de cada 10 habitantes del país, no se puede confiar en la mayoría de las personas. Este punto, para el panel de expertos, significó uno de los más alarmantes. Alertaron que “cada día nos vamos volviendo de espaldas unos con otros y eso hace que aumente la anarquía y todo lo que supone un caos social”.
Más allá de batallar día a día con bandos desdeñosos, no es tarea fácil reconocer internamente la lucha propia que nos confronta a diario con nuestra carencia de sanas pasiones, con nuestros vicios y excesos y con un muy arraigado sentido de egoísmo que nos mantiene absortos en todo aquello que llamamos “nuestros derechos”, desconociendo muchas veces la corresponsabilidad que se nos da al obtenerlos.
El derecho se altera cuando lo vulneramos, pero también cuando no lo conocemos. Quien no sabe a lo que tiene derecho, nunca sabrá de lo que tiene el deber. Más allá de creer que vivimos en un país raquítico de principios, debemos reconocer que somos vergonzosamente parte de una generación subestimada y mal vista a través de una penosa condición moral que nos vuelve incapaces de reconstruir el concepto de ser venezolanos.
Jamás, en ningún espacio podremos ser tratados como clase mientras persista nuestro fanatismo por dañar y señalar cuando muchas veces ni somos probos. Un pueblo inteligente y culto no puede ser fanático ni de alguien ni de algo, y la destrucción entre iguales (dentro o fuera) es el resultado arrojado por un país que ciegamente lo ha sido.
Ser pobre es un problema más pequeño que ser deshonesto. (Proverbio anishinabe) y cuando alguien es de poca confianza, nunca podrá encontrar una mano amiga cuando lo necesite. Urge devolver al venezolano a sí mismo, sacarlo de su propio mal gobierno; es urgente rescatarlo de ese caudal pernicioso que profundamente lo hunde hasta la más honda bajeza cuando veja y perjudica a su propio connacional.
“Nada que un hombre haga lo envilece más que el permitirse caer tan bajo como para odiar
a alguien”, dijo el gran Martin Luther King.
Nunca sabremos lo que hay del otro lado si no establecemos puentes, pero ante una situación que dejó hace mucho de ser individual pasando a ser colectiva, debemos aprender a vernos y reconocernos como iguales, doblegar para obligar a nuestra mente a recordar lo frágiles que somos y mirarnos distinto, y ser responsables como muestra de limpias consciencias, además de empáticos como prueba de grandes corazones.
¿Por qué pensamos que el amor debe ser una constante, pero que el respeto se gana? Ambos se entregan por elección, no por méritos. Si decido amarte, también respetarte, y eso prevalece aun cuando no lo merezcas. Entregamos lo que tenemos para dar y recibimos de acuerdo al valor que nos damos.
Seguir sembrando aunque otros pisen la cosecha es trabajar bajo la certeza de que en medio del desierto crecerá una planta. Volver a creer en otros es la semilla, ver el cambio en ellos será el fruto y hacer que en todas partes nos miren distinto supondrá la garantía de reposicionar el país al puesto que le pertenece y que se merece.
“Se requiere confianza para sobrellevar los unos las cargas de los otros” (Gálatas 6:2) y “para estimularnos al amor y a las buenas obras” (Hebreos 10:24).
MSc. Ileana Velásquez.
Ileanaavm@gmail.com
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